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Entrevista a Anne Ancelin S.

  • Foto del escritor: María Alejandra Giola
    María Alejandra Giola
  • 23 sept 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 4 mar 2022





ENTREVISTA A ANNE ANCELIN SCHÜTZENBERGER ¿Por qué repetimos lo que vivieron nuestros padres o nuestros antepasados? Repetir las acciones, las fechas o las edades que han conformado la novela familiar de nuestra línea sucesoria es una manera de mantenernos fieles a nuestros padres, abuelos y demás antepasados, una manera de seguir la tradición familiar y de vivir conforme a ella. Esa lealtad es la que empuja a un estudiante a suspender el examen que su padre nunca aprobó, movido por un deseo inconsciente de no sobrepasar socialmente a su progenitor; o a seguir con la profesión de su padre, ya sea fabricante de instrumentos musicales de cuerda, notario, panadero o médico. O, en el caso de las mujeres de una misma familia, a casarse a los dieciocho años y tener tres hijos, todas niñas o todos niños. A veces, esta lealtad invisible sobrepasa los límites de lo verosímil y, sin embargo, se repite. ¿Conoce la historia de la muerte del actor Brandon Lee? Murió en medio de un rodaje porque, desgraciadamente, alguien olvidó una bala en un revólver que tenía que estar descargado. Ahora bien, justo veinte años antes de este accidente, su padre, el famoso Bruce Lee, murió de una hemorragia cerebral en pleno rodaje de una escena donde si personaje supuestamente moría de un disparo lanzado con un revolver que se suponía que no estaba cargado. Mantenemos, literalmente, una poderosa e inconsciente fidelidad a nuestra historia familiar y nos da muchísimo miedo inventar algo nuevo en la vida. En algunas familias, vemos que el síndrome del aniversario se repite, en forma de enfermedades, muertes, abortos naturales o accidentes, durante tres, cuatro, cinco, ¡y hasta ocho generaciones! Sin embargo, existe una razón más oscura por la que repetimos las enfermedades y los accidentes de nuestros antepasados. Si toma un árbol genealógico y los accidentes de nuestros antepasados. Si toma un árbol genealógico cualquiera, verá que está lleno de muertes violentas y adulterios, anécdotas secretas, alcohólicos e hijos bastardos. Todo esto son cosas que uno esconde, heridas secretas que uno no quiere mostrar. Ahora bien, ¿qué sucede cuando, por vergüenza, por conveniencia o por proteger a nuestros hijos o a nuestra familia, no hablamos del incesto, de la muerte sospechosa o de los fracasos? El silencio alrededor del tío alcohólico creará una zona de sombras en la memoria de un hijo de la familia que, para llenar el vacío y las lagunas, repetirá en su cuerpo o en su vida el drama que han intentado ocultarle. En una palabra, será alcohólico como el tío. (…) Pero, esa repetición implica que el chico debe saber algo de la vergüenza familiar y que ha debido oír hablar del desgraciado tío, ¿no? ¡Claro que no! Hablar no es necesario para comunicarse; los estudios sobre la comunicación no verbal y el lenguaje del cuerpo demuestran que los seres humanos nos comunicamos a través del lenguaje pero también con el cuerpo, los gestos, el tono de voz, la respiración, la actitud, el estilo de vestir, los silencios, la evasión de determinados temas… La vergüenza, al igual que el secreto, no necesita ser evocados para pasar de generación en generación y venir a perturbar a un eslabón de la familia, un eslabón directo o indirecto, o alguien indirectamente relacionado con la familia o que actúe por lealtad familiar, por identificación. (…) ¿Se podría evitar? ¿Puede alguien escapar a la repetición y dirigir libremente a su propia historia? Para evitar la repetición, es necesario tener conciencia de ella (…). Si el origen del dolor o de la enfermedad está cerca de la conciencia, el mero hecho de visualizar la historia del golpe, seis o siete generaciones, es decir colocarla en el árbol genealógico, en su contexto psico-político-económico-histórico a los largo de los años y, bruscamente, darse cuenta de las repeticiones, puede bastar para crear una emoción lo suficientemente fuerte como para liberar al enfermo del peso de las lealtades familiares inconscientes. Extracto del libro: Mis antepasados me duelen


Las partes del cuerpo y el significado metafísico general vinculado a cada una de ellas: Los cabellos: Mi fuerza. El cuero cabelludo: Mi fe y mi lado divino La cabeza: Mi individualidad Los ojos: Mi capacidad de ver Las orejas (oídos): Mi capacidad de oír La nariz: Mi capacidad de oler o sentir a las personas o situaciones. Los labios: Mi labio superior está relacionado con el lado femenino y el labio inferior con el lado masculino. Los dientes: Mis decisiones, vinculadas al lado femenino arriba, vinculadas al lado masculino, abajo. El cuello: Mi flexibilidad, mi capacidad para ver varios lados de las situaciones de la vida. La garganta: La expresión de mi lenguaje verbal y no – verbal, mi creatividad. Los hombros: Mi capacidad para llevar una carga, responsabilidades. Los brazos: Mi capacidad para tomar a las personas o las situaciones de la vida. Son la prolongación del corazón. Sirven para ejecutar las ordenes. Están vinculados a lo que hago en mi vida, por ejemplo mi trabajo. Los codos: Mi flexibilidad en los cambios de direcciones en mi vida. Los dedos: Los pequeños detalles de lo cotidiano. El pulgar, vinculado a las inquietudes o a mi intelecto o a mi audición. El índice, vinculado a miedos o a mi personalidad (ego) o a mi olfato. El mayor, vinculado a la ira o mi sexualidad o a mi visión. El anular, vinculado a pena o a mi unión o a mi tacto El auricular, vinculado a pretensión o mi familia o al gusto. El corazón: Mi amor. La sangre: La alegría que circula en mi vida. Los pechos: Mi lado materno Los pulmones: Mi necesidad de espacio, autonomía, Vinculados a mi sentimiento de vivir. El estómago: Mi capacidad para digerir nuevas ideas. La espalda: Mi soporte, mi apoyo. Las articulaciones: Mi flexibilidad, mi capacidad para doblarme a las diferentes situaciones de mi vida. La piel: Mi vínculo entre mi interior y mi exterior (equilibrio). Los huesos: La estructura de las leyes y principios del mundo en el cual vivo. El útero: Mi hogar. Los intestinos: (sobre todo el grueso y colón): mi capacidad para soltar, dejar fluir lo que me es inútil y dejar fluir los acontecimientos de mi vida. Los riñones: La sede del miedo. El páncreas: La alegría que está en mí. El hígado: La sede de la crítica. Las piernas: Mi capacidad para adelantar en la vida, ir hacía el cambio, hacía las nuevas experiencias. Las rodillas: Mi flexibilidad, mi amor propio, mi orgullo, mi testarudez. Los tobillos: Mi flexibilidad en las nuevas direcciones del futuro. Los pies: Mi dirección (quedarse en el mismo sitio). Mi comprensión de mí – mismo y de la vida (pasado, presente, futuro). Los dedos de los pies: Los detalles de mi porvenir.


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